Ayer, viernes 21 de Noviembre, se entregaron en la Biblioteca Antonio Devoto los premios del segundo concurso literario de la comuna 11.
Es la segunda vez que presento uno de mis relatos a concurso y van dos de dos. (me la voy a terminar creyendo).
En esta oportunidad PESADILLA se ha llevado los galardones.
En la misma ceremonia, entregaron el libro ya editado del concurso anterior, así que es de esperar que compilen todo el material premiado y finalmente la editen para la entrega de la tercera versión del concurso, que seguramente será el año que viene.
Bueno, medio lento, pero algo es algo.
Acá les dejo el link al relato premiado: http://lauradelapena.blogspot.com.ar/2014/03/pesadilla.html
Y por si les da fiaca ir hasta el link lo transcribo:
PESADILLA
Cuando se
acercó, se dio cuenta que los perros estaban junto al cadáver.
Observó
la escena a varios metros de distancia. Aún estaba agitado por la carrera, y no
quería llamar la atención de la jauría. No podía creer lo que veía y estalló en
llanto con espasmos incontrolables. Todo su cuerpo lloraba sin consuelo.
Se había
despertado muy agitado esa mañana; una pesadilla lo atormentó en el tránsito
por el último sueño. Le costó mucho abrir los ojos.
Finalmente
pudo saltar del camastro y terminar con el sufrimiento.
Se fue
vistiendo al tanteo, aún en sombras, entre el olor a rancio y los ronquidos de
su padre. Sus ropas se mezclaban con los cuerpos de sus hermanos que
amontonaban sus sueños.
El sol
todavía no alumbraba; se lo percibía desteñido y frío.
Miraba
todo con los ojos bien abiertos y las pupilas dilatadas. Todavía con la
angustia de la pesadilla, intentaba focalizar cada cuerpo a modo de registro y
de reconocimiento. Los niños parecían anudarse y entre los trapos y las ropas
no lograba identificarlos a todos.
Unos
perros ladraron. Su padre dejó de roncar y los niños se movieron en sus
colchones. Oyó pasos y corridas en el corredor de la villa. Unos tiros
dispersos. Los perros desaforados, que no dejaban de ladrar, tropezaban entre
ellos al pasar por delante de la casa.
Se calzó
las zapatillas sin atarlas, y salió con la sensación intacta que tuvo al
despertarse: MIEDO.
Por
delante de él pasaron tres pibes; los conocía de vista y algunos escuetos
saludos. Corrían y vociferaban palabras incomprensibles.
Sin saber
por qué, él también empezó a correr y se sumó al grupo de muchachos tratando de
comprender qué era lo que estaba pasando.
A la
carrera le pasaron un chumbo y le avisaron que estaba cargado; que disparara
apenas viera pasar a la mina; que los había robado, que había que bajarla antes
que siguiera. Que se abriera a la izquierda, que ellos lo harían a la derecha. Que
tuviera mucho cuidado, era peligrosa.
–¡Dale
flaco, metele caño!
Apenas
dobló en la esquina, agudizó los sentidos. El miedo le hacía escuchar hasta los
aleteos de las moscas. No pensaba. Trataba de hacerlo, pero no lograba hilvanar
sus pensamientos; solo obtenía visiones fotográficas: su pesadilla, el olor de
la pieza, sus hermanos durmiendo, los ronquidos del padre…
Se detuvo
para atarse las zapatillas.
En la
semioscuridad divisó una figura que atravesaba el callejón siguiente. Los
perros y los demás se oían por el otro lado.
Se lanzó
a la carreta y cobró velocidad, se acercó a la esquina, se cubrió, y disparó a
la distancia.
Seguro de
haberle dado, escuchó el alarido de la joven y enseguida oyó acercarse a los
demás junto a los perros ladrando. Estaba yendo al lugar cuando lo atajaron los
otros y le dijeron que no lo haga, que se vaya a su casa lo más pronto posible,
que se guarde por un tiempo.
Así lo
hizo. Tiró el arma en el zanjón y volvió como una flecha a la pieza. Lo recibió
su padre, desesperado porque no encontraban a su hermana. El día ya estaba
clareando.
No
haciendo caso a las terribles sospechas que albergaba en su mente, calmó a su
padre y salió a la carrera nuevamente.
Cuando se
acercó, se dio cuenta que los perros estaban junto al cadáver, el cadáver de su
hermana.
Copyright © 2014 Laura de la Peña
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