domingo, 31 de agosto de 2014

JESI




Niño sin niño 
indefenso y asustado 
que aprende a fuerza de palos 
como las bestias a sobrevivir. 


Joan Manuel Serrat







Hoy otra vez tengo que ir con la tía. Yo quería quedarme a jugar con la muñeca nueva que me regalaron ayer, en el comedor. Ahora mamá dice que le haga caso a la tía. Si siempre le hago caso yo, y nunca me voy de su mano. Pero no me gusta. Hay tantos señores que me molestan.
Yo prefiero ir al comedor, que hay mas nenas y cosas, y a veces las señoras traen juguetes y chiches para nosotros. Pero a mamá no le gusta, dice que es para los pobres más pobres.
A mí la tía no me gusta.  Ni su cara ni nada. Es fea y mala. Y no me deja contarle a mamá que a veces me lleva a lo de su primo y me dice que es mi tío y que es re bueno y nos da cosas y plata.
Me dijo que le jurara que nunca, nunca, le iba a decir a nadie. Diosito sabe que le juré y que yo no hago trampas ni nada. Pero a mí no me gusta ni pedir, ni ir a la casa del tío Juan.
Igual, hoy, si vamos, me voy a llevar la estampita de diosito. Él es más bueno y nos va a ayudar a todos para que rápido juntemos la plata y volvamos prontito a casa.
No me gusta cuando nos tenemos que quedar a dormir en la casa del tío Juan. Es re chiquita y no entramos todos en su cama. Él igual es bueno y a veces me abraza fuerte y me hace caricias para que me duerma. Él es bueno y me quiere, pero igual a mí no me gustan ni sus abrazos, ni nada.
<<Me llevo a la Jesi. Sí, no te preocupes que la cuido. Hoy hay partido en la cancha y la piba garpa bien. Quedate tranquila que la monada me conoce y cualquier cosa saltan>>.
Que me porte bien, y todo eso. Que no la haga enojar a la tía. Que cuide las monedas que son para comer.
Pero yo no quiero comer. Si no como, entonces a lo mejor no me mandan con la tía.
<<Basta Jesi, ¡dejá de llorar que vas a cobrar! Andá con la tía que mañana es tu cumpleaños. Si traes muchas monedas, te voy a comprar un regalito. Portate bien y dejar de llorar>>.
En el tren nos subimos a la parte grande que no tiene asientos. La tía se encontró con otro primo. A este primo yo no lo conozco, pero la quiere mucho a la tía.
Dice que hace trabajar a los chicos en la tele y que le muestre como bailo la danza. A mí no me gusta que el señor me mire, pero la tía dice que le muestre la ropita que tengo abajo de la ropa, y que no le cuente nada a mamá que es una sorpresa que le vamos a dar y que qué contenta que se va a poner. Que con esto, vamos a traer mucha plata para todos.
Cuando salimos del tren, nos fuimos a su pieza. La tía dice que esto es mejor que pedir, porque es para la tele.
Me dieron unas monedas y ellos entraron a la pieza y yo me fui al quiosco a comprar un juguito. Y que cuando vuelva la espere en la puerta sin entrar ni nada. Que ella tenía que hacer un trabajo mientras.
En el quiosco me hice una amiga que me pidió juguito y yo le dí. Se llama Carolina y nos quedamos juntando unas ramitas para hacer la comida de su casa.
Juntamos tantas ramitas que se nos caían todo el tiempo. Se nos cayeron muchas veces que no las podíamos juntar. Perdí mis moneditas. Ella tenía otras monedita, pero me dijo que eran de ella. Las mías no las encontramos. Después la llamaron de su casa y se fue.
La tía también me llamó y volví corriendo. Me pidió las monedas.  Me dio un sopapo.
<<Pará de llorar nena, que apenas te toqué. No seas tarada. Ahora hay que ser buena con el tío Quique y nos va a dar las monedas que perdiste>>
Para entrar había que saltar una zanja e ir por un caminito de piedritas. Atrás de la cortina estaba la casa. La pieza era fea y oscura. Ese primo estaba tirado en una cama. Hacía tanto calor que la tía se sacó la blusa. A Quique le dolía la panza y se tocaba todo el tiempo. Me dijo que me saque el vestido. A mi no me daba calor. Ella me lo sacó. Él se sentó en la cama, y se seguía tocando la panza. Me toco una pierna y me corrí lo más que pude. <<Jesi, no hagas sentir mal al tío. ¿Qué va a pensar?>> Le dio un beso a la tía y me acariciaba la cabeza, la espalda, y más abajo, y más abajo. <<Qué tiernita tu sobrina. Está buena la guacha>>. Parece que la panza no le pasa y se frota mucho y más rápido ahora. La tía me mira y me pide con la mano que me quede calladita.
Yo no lloro, yo no lloro. La tía me tiene de la mano. La cortina no está lejos.
El señor se para y se pone delante de mí. Muy, muy cerca. Ahora sí que lloro. Su olor no me gusta y me aprieta con sus manos a su panza. Lo empujo fuerte y me suelto de la mano de la tía. Corro hasta la cortina y salgo de la pieza. Pero no tengo la ropa.
<<Dejala, es muy chiquita, dejala Quique. Vení, vení con mami>>.
Me quedé sentadita en una piedra, al costado del arbolito de la entrada.
Después ya no lloré y más tarde vino la tía con mi ropita y me ayudó a ponérmela.
Que me porté mal, que tenía que pensar en mi mamá, que Dios no me va a querer si sigo siendo tan mala con la gente que es buena con nosotras.
Me dijo que no le dio monedas para mí y que solo tenía unas para ella y su bebé. Que nos volvíamos a casa porque estaba tan cansada…
Mañana es mi cumpleaños pero no llevo ninguna plata. Le voy a prometer a mi mamá que me voy a portar bien y que voy a comer menos. No quiero venir más con la tía ni con sus primos. Ojalá se mueran.
Copyright © Laura de la Peña
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domingo, 24 de agosto de 2014

No es bueno que el hombre ande solo


El jardín de las delicias - El Bosco - 1503–1504

Y dijo Dios: 
No es bueno que el hombre esté solo;
 le haré ayuda idónea para él.
Formó, pues, Dios de la tierra toda 
bestia del campo y toda ave de los cielos, 
y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar.

Y Dios hizo caer un sueño profundo sobre Adán, y éste se quedó dormido. 
Entonces tomó una de sus costillas 
y cerró la carne en su lugar;  
y de la costilla que Dios tomó del hombre, 
hizo una mujer y la trajo al hombre.
Génesis 2:18




     No, no y no. No pienso ir. Ya bastante he soportado. No, no iré justo ahora que  empiezo a disfrutar mi soltería.

     Tenés razón solo en parte: algunos fueron buenos años, pero solo los primeros. También los hubo malos y difíciles. Los del final se me figuran francamente insoportables.

     ¿Te acuerdas cuando nos casamos? Como para olvidárselo está uno. Si me lo remachas todo el tiempo. ¡Claro mujer que lo recuerdo! No haces más que repetírmelo cada vez que vienes a verme. 
Te lo he dicho aquella vez, la última que hablamos, hace ya… bueno, ya no sé cuánto hace. Pero lo hablamos. ¿Ahora la que no lo recuerda eres tú? Creí haber sido claro contigo. Repito, por el momento no me interesa. ¿Puedes entenderlo? No pienso ir contigo, sencillamente no creo que sea una buena idea.

     Compréndelo, me perturbas. No está bien que te aparezcas por acá como si nada. Soy un hombre respetable. ¿Qué van a pensar los vecinos de este pueblo si alguno te viera? Pensarán que les he mentido, que he faltado a mi palabra. Déjate ya de estupideces y vuélvete a tu sitio de una buena vez.

     Además, estás siendo muy desagradecida conmigo, que fui tan cuidadoso y prolijo.
Lo primero que tuve en cuenta fue que siempre te gustó el silencio. Y a decir verdad, a mí también terminó por gustarme. Aunque te cueste creerlo, vieras lo bien que me hallo sin tu ruidosa presencia.

      Aquel día, una vez que te hizo efecto el cloroformo, lo primero que desprendí fueron tus cuerdas vocales y puse en la fonola la ópera que oímos en nuestra visita a Buenos Aires, para que termines de relajarte. 
      Quité el mantel de la mesa, casi como oyéndote y aunque te cueste creerlo no se manchó ni con una sola gota de tu sangre. Cada una de tus partes las lavé amorosamente. Sí, porque fue con amor, con mucho amor, ése que me reclamas una y otra vez.
     Una vez secas las envolví en papel de seda. Tus partes pudendas las he cubierto con doble pliego para evitar las miradas curiosas. Dime, ¿no lo hubieras querido así?
    
     ¡Basta ya! ¡Déjame en paz! ¿Será de Dios que no pueda volver a matarte?

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lunes, 18 de agosto de 2014

MIGAJAS DE UN DOMINGO


Los domingos a la tarde tienen ese no sé qué que oprime el aliento hasta secarlo.
Desde mi ventana recibo la distorsión del mundo a través de los cristales empañados. Una humedad fría y densa del otro lado ha teñido todo de gris.
Veo pasar gente anestesiada. Van de regreso a casa luego de haber gastado un tiempo mezquinado en la semana. Llevan a sus hijos a la rastra. Cargan grandes bolsos con cosas que nunca necesitaron.
En la esquina ya se ha encendido el único farol que pretende iluminar nuestras travesías nocturnas.
Debajo del círculo de luz, sentado en el umbral de una antigua carbonería,  veo un hombre que a la distancia prejuzgo diferente. No sé si llegó o estaba allí. Lee y escribe algo que no logro precisar. A su lado, tumbado, un perro negro atestigua su existencia.
Todo a su alrededor es gris: el piso que lo descansa, un bolso flaco y harapiento, sus cabellos, sus ropas, sus manos. El papel en el que escribe también devuelve un gris que me llega desesperanzado y opaco. De tanto en tanto levanta sus ojos hacia un infinito propio. Recoge del aire  palabras para hilvanarlas con una tinta oscura.
Algunos pocos atraviesan al círculo de luz para esfumarse nuevamente del otro lado de la escena sin reparar ni perturbar al hombre que escribe.
El hambre lo distrae y toma del bolso un pequeño envoltorio del que saca algo para llevarse a la boca. Mientras mastica va quitando las migas que caen sobre las hojas escritas.
El perro se sintió convidado al festín y juntos disfrutan el banquete.
Me distrajo una llovizna leve entre las sombras ya profundas y espesas.
Al volver mi cabeza hacia la escena, ya no distingo al mágico escritor, si es que alguna vez estuvo allí. Solo veo mi propio reflejo en la ventana.
De este lado del vidrio, húmedo y helado, parado y absorto, acaricio a mi perro negro, recojo las migas que hemos hecho, tomo los grises papeles escritos y releo unas palabras que encuentro misteriosas y ajenas.
Afuera la noche terminó de vestirse para dar paso al libre andar de las angustias.

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sábado, 2 de agosto de 2014

MALA GENTE

Van Gogh - Knotwilg - Museo Van Gogh

MALA GENTE

C
asi sin sentimientos, Nemesio tomó sus harapos, malolientes y andrajosos, dejó dos monedas sobre la mesa, bajó su renegrida mirada y salió cojeando por la puerta de costado.
Su rostro, cincelado por los vientos impiadosos del sur, no reflejaba más que el hastío de una vida de indigencias y crueldades.
Había llegado a Neliuquilen cuando todavía le respondían las dos piernas, cuando aún podía correr montado en ellas y arar la tierra desde antes que pudieran ver claramente sus ojos, negros como la desgracia, y atrapados en una red de arrugas que fueron labrando pacientemente surcos profundos y añosos.
Aún siendo el sexto de siete hermanos, heredero de una vida injusta y mezquina, nunca volvió a ver más rostros que el de su patrón y el de la peonada.
Las miserias en el campo llegó a contabilizarlas de a docenas, pero no había aprendido a enumerar traiciones. Si hasta hubo que sentarlo y explicárselo como a un niño.
Ya no quedaban tierras para arar, ni ganado que engordar.
Nemesio no protestó. Frotó su ancha nariz con el antebrazo, apuró la grapa a medio tomar y preguntó si debía algo más.
Quienes lo vieron partir, aseguran que su figura se fundió con el horizonte, sobre la lomada del monte, e incluso hay quienes aseguran que hubo casi tres días de cerrada noche y aguaceros pestilentes por el trato que recibió Nemecio Parra. 
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