lunes, 24 de noviembre de 2014

CAMINOS ALTERNATIVOS


Universum, Flammarion, grabado, París (1888); 
versión coloreada de Hugo Heikenwaelder, Viena (1998).
CAMINOS ALTERNATIVOS

Conseguir lo que el corazón anhela,
aunque se tarde,
acaso no hay mayor felicidad.

Siempre quise alejarme, andar, transitar desnudo esos lugares soñados y prometidos por largo tiempo, los que presumía inquietantes.
Traspasar el espejo de la realidad y sumergirme en él, al margen del mundo y del tiempo. Ese tiempo que implacable y silencioso sacudió y franqueó mi espacio absoluto en un eterno para siempre.
El camino recorrido resultó más largo de lo previsto y llegar no ha sido aún una sensación definida.
Tengo la impresión que he olvidado algo en un instante anterior; en ese margen en el que quedé un día, en ese espejo empañado de aquella mañana de marzo en el que te vi por última vez.
Desde el hoy que he construido con la suma de muchos espacios vacíos, siento la imperiosa necesidad de regresar a la imagen del espejo de aquel día. Te veías bella, te veías viva.
Volver sobre mis pasos. Pegar la vuelta. Desandar un camino aún más incierto que el recorrido y llegar al instante de tu muerte.
Una oscuridad densa y profunda me revuelve los sentidos y los pone en alerta.
Puedo sentir la eternidad de este momento, donde todo es mágico y punzante, amargo y bello, en el que aún me encuentro paralizado.
El miedo estimula mis ansias y me coloca en el camino de regreso.
Estoy en viaje mi amor.
Comienzo a oír un silencio único que podría identificar perfectamente entre todos los silencios del mundo. Veo materializarse el tiempo; un tiempo espeso, sofocante y detenido.
Acudiré a ti y llenaré de vida tu lozana muerte.
Concentraré mis sentidos para encontrarte. Desandaré mis pasos, los que alguna vez di para llegar a ser este hombre en el que no me reconozco.
Mi sangre fluye lenta y acompasada; puedo verla, sentirla tibia y espesa.
Estoy andando sobre el camino de regreso, enfrentando mis temores y mis angustias.
Un paso en la oscuridad. Uno más y podré tocar las curvas de mi propia vida.
No puedo aquietar la necesidad imperiosa de encontrarte en el espejo, de llegar y reconocerte bella y mía.
El andar me lleva a navegar sobre los mares de un tiempo embravecido, misterioso, prohibido, volviendo sobre una estela difusa.
Ya puedo sentirte y vuelvo a adorarte.
Empañados por las brumas estelares,  todos los espejos del mundo reflejan tu rostro eterno.
Casi al borde del milagro, veo el costado de tu alma como el mismísimo horizonte. 
Mi mano te roza y siento que tus ojos alcanzan mi mirada.
El vértigo me invade en el mismísimo instante de la muerte.

Amada mía, soy yo, he regresado.


Copyright © Laura de la Peña
(todos los derechos reservados)

sábado, 22 de noviembre de 2014

Biblioteca Antonio Devoto - Premiación de ganadores



Ayer, viernes 21 de Noviembre, se entregaron en la Biblioteca Antonio Devoto los premios del segundo concurso literario de la comuna 11.

Es la segunda vez que presento uno de mis relatos a concurso y van dos de dos.  (me la voy a terminar creyendo).

En esta oportunidad PESADILLA se ha llevado los galardones. 


En la misma ceremonia, entregaron el libro ya editado del concurso anterior, así que es de esperar que compilen todo el material premiado y finalmente la editen para la entrega de la tercera versión del concurso, que seguramente será el año que viene. 
Bueno, medio lento, pero algo es algo.


Acá les dejo el link al relato premiado: http://lauradelapena.blogspot.com.ar/2014/03/pesadilla.html

Y por si les da fiaca ir hasta el link lo transcribo:

PESADILLA




Cuando se acercó, se dio cuenta que los perros estaban junto al cadáver.
Observó la escena a varios metros de distancia. Aún estaba agitado por la carrera, y no quería llamar la atención de la jauría. No podía creer lo que veía y estalló en llanto con espasmos incontrolables. Todo su cuerpo lloraba sin consuelo.
Se había despertado muy agitado esa mañana; una pesadilla lo atormentó en el tránsito por el último sueño. Le costó mucho abrir los ojos.
Finalmente pudo saltar del camastro y terminar con el sufrimiento.
Se fue vistiendo al tanteo, aún en sombras, entre el olor a rancio y los ronquidos de su padre. Sus ropas se mezclaban con los cuerpos de sus hermanos que amontonaban sus sueños.
El sol todavía no alumbraba; se lo percibía desteñido y frío.
Miraba todo con los ojos bien abiertos y las pupilas dilatadas. Todavía con la angustia de la pesadilla, intentaba focalizar cada cuerpo a modo de registro y de reconocimiento. Los niños parecían anudarse y entre los trapos y las ropas no lograba identificarlos a todos.
Unos perros ladraron. Su padre dejó de roncar y los niños se movieron en sus colchones. Oyó pasos y corridas en el corredor de la villa. Unos tiros dispersos. Los perros desaforados, que no dejaban de ladrar, tropezaban entre ellos al pasar por delante de la casa.
Se calzó las zapatillas sin atarlas, y salió con la sensación intacta que tuvo al despertarse: MIEDO.
Por delante de él pasaron tres pibes; los conocía de vista y algunos escuetos saludos. Corrían y vociferaban palabras incomprensibles.
Sin saber por qué, él también empezó a correr y se sumó al grupo de muchachos tratando de comprender qué era lo que estaba pasando.
A la carrera le pasaron un chumbo y le avisaron que estaba cargado; que disparara apenas viera pasar a la mina; que los había robado, que había que bajarla antes que siguiera. Que se abriera a la izquierda, que ellos lo harían a la derecha. Que tuviera mucho cuidado, era peligrosa.
–¡Dale flaco, metele caño!
Apenas dobló en la esquina, agudizó los sentidos. El miedo le hacía escuchar hasta los aleteos de las moscas. No pensaba. Trataba de hacerlo, pero no lograba hilvanar sus pensamientos; solo obtenía visiones fotográficas: su pesadilla, el olor de la pieza, sus hermanos durmiendo, los ronquidos del padre…
Se detuvo para atarse las zapatillas.
En la semioscuridad divisó una figura que atravesaba el callejón siguiente. Los perros y los demás se oían por el otro lado.
Se lanzó a la carreta y cobró velocidad, se acercó a la esquina, se cubrió, y disparó a la distancia.
Seguro de haberle dado, escuchó el alarido de la joven y enseguida oyó acercarse a los demás junto a los perros ladrando. Estaba yendo al lugar cuando lo atajaron los otros y le dijeron que no lo haga, que se vaya a su casa lo más pronto posible, que se guarde por un tiempo.
Así lo hizo. Tiró el arma en el zanjón y volvió como una flecha a la pieza. Lo recibió su padre, desesperado porque no encontraban a su hermana. El día ya estaba clareando.
No haciendo caso a las terribles sospechas que albergaba en su mente, calmó a su padre y salió a la carrera nuevamente.
Cuando se acercó, se dio cuenta que los perros estaban junto al cadáver, el cadáver de su hermana.


Copyright © 2014 Laura de la Peña
Todos los derechos reservados