Universum, Flammarion, grabado, París (1888); versión coloreada de Hugo Heikenwaelder, Viena (1998). |
CAMINOS ALTERNATIVOS
Conseguir lo que el corazón anhela,
aunque se tarde,
acaso no hay mayor felicidad.
Siempre quise alejarme, andar, transitar desnudo esos lugares soñados
y prometidos por largo tiempo, los que presumía inquietantes.
Traspasar el espejo de la realidad y sumergirme en él, al margen del mundo y del tiempo. Ese tiempo
que implacable y silencioso sacudió y franqueó mi espacio absoluto en un eterno
para siempre.
El camino recorrido resultó más largo de lo previsto y llegar no
ha sido aún una sensación definida.
Tengo la impresión que he olvidado algo en un instante anterior;
en ese margen en el que quedé un día, en ese espejo empañado de aquella mañana
de marzo en el que te vi por última vez.
Desde el hoy que he construido con la suma de muchos espacios
vacíos, siento la imperiosa necesidad de regresar a la imagen del espejo de
aquel día. Te veías bella, te veías viva.
Volver sobre mis pasos. Pegar la vuelta. Desandar un camino aún
más incierto que el recorrido y llegar al instante de tu muerte.
Una oscuridad densa y profunda me revuelve los sentidos y los
pone en alerta.
Puedo sentir la eternidad de este momento, donde todo es mágico
y punzante, amargo y bello, en el que aún me encuentro paralizado.
El miedo estimula mis ansias y me coloca en el camino de
regreso.
Estoy en viaje mi amor.
Comienzo a oír un silencio único que podría identificar
perfectamente entre todos los silencios del mundo. Veo materializarse el
tiempo; un tiempo espeso, sofocante y detenido.
Acudiré a ti y llenaré de vida tu lozana muerte.
Concentraré mis sentidos para encontrarte. Desandaré mis pasos,
los que alguna vez di para llegar a ser este hombre en el que no me
reconozco.
Mi sangre fluye lenta y acompasada; puedo verla, sentirla tibia
y espesa.
Estoy andando sobre el camino de regreso, enfrentando mis
temores y mis angustias.
Un paso en la oscuridad. Uno más y podré tocar las curvas de mi
propia vida.
No puedo aquietar la necesidad imperiosa de encontrarte en el
espejo, de llegar y reconocerte bella y mía.
El andar me lleva a navegar sobre los mares de un tiempo embravecido,
misterioso, prohibido, volviendo sobre una estela difusa.
Ya puedo sentirte y vuelvo a adorarte.
Empañados por las brumas estelares, todos los espejos del mundo reflejan tu rostro
eterno.
Casi al borde del milagro, veo el costado de tu alma como el mismísimo
horizonte.
Mi mano te roza y siento que tus ojos alcanzan mi mirada.
El vértigo me invade en el mismísimo instante de la muerte.
Amada mía, soy yo, he regresado.
Copyright © Laura de la Peña
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