sábado, 12 de julio de 2014

IR Y VOLVER


IR Y VOLVER

E
ste trajinar de camillas es lo más parecido a un viaje de retorno. De vuelta a lo que parece ser una vida mal vivida.
Las caras que me acompañan, desconocidas para mí, están inmersas en sus propias rutinas.
Tiran para un lado, me levantan el brazo, sostienen la bolsa de la medicación, trotan a la par… en fin, lo mismo que hacen a diario, una vez más, sin solución de continuidad.
Ellos me entregarán a otros, que repetirán las mismas maniobras que tal vez hicieron hace solo media hora. Nada diferente… para ellos.
Yo, en cambio, con breves lapsos de conciencia, vivo esta vez algo tan ajeno a mí que hasta creo disfrutarlo. Por alguna extraña razón solo respiro si ellos me ayudan.
Veo a Jorge, pensé que no estaba y ahora está a mi lado, me sostiene la mano y creo que está llorando. Me gustaría abrazarlo, decirle que no sabía dónde estaba, que lo esperaba hacía mucho tiempo. Pero no puedo; no sé bien si no tengo fuerzas o estoy atada, y tengo tanto sueño…
Parece que ya puedo respirar. Sí, sí, respiro sin esfuerzo, como si lo hicieran por mí.
Es raro este vacío sonoro, casi puedo oír el fluir de mi sangre. Retumba como en una tuba sin sonido la entrada y salida del aire asistido. Siento en mi cerebro el eco de las gotas de saliva cada vez que trago. Se hace muy larga la noche en esta sala.
Esta calma casi infinita me agobia y me perturba. Me cansa tener tanto sueño.
No quiero volver a dormirme. Las pesadillas y las alucinaciones me hunden en largos períodos de sufrimiento. No, esta vez no me voy a dormir. Voy quedar al menos en vigilia un poco más.
Intento abrir los ojos pero las luces me encandilan.
Vuelvo a ver a Jorge. Ya no llora por suerte y una inmensa sonrisa me anima a seguir mirándolo.
Me toma ambas manos. Me dice algo que no logro comprender. Y las caras de mis hijos se asoman detrás de él. ¡Qué fantástico! Hasta vino Nico desde Argentina. ¡Joder! Que parece que he estado grave. 
Me vuelvo a adormecer, pero esta vez es diferente. Sé que están todos.
Sé que estoy por ellos.
Copyright © Laura de la Peña
(todos los derechos reservados)

domingo, 6 de julio de 2014

FUEGO


FUEGO

Julio estaba visiblemente alterado. Desde la Olivetti con el papel anclado, aún zumbaban los sonidos de su caligrafía.
¿Era la trama o eran los personajes los responsables de su encerrona?
Influenciado por los designios del Cónsul y la fortaleza de Irene, intentaba mediar para que Sonia y Jeanne llegaran a un entendimiento, mientras sostenía la apatía de Ronald. La comunicación no fluía y los personajes se atascaba en una línea telefónica ligada a una fría sucesión de números sin sentido; respiraban su propio aire, lo estaban sofocando.
Nada. Empieza a sentir que ya no puede hacer más nada. ¿O sí?
Después de haber leído mil veces la trama todavía no puede asumir el inminente final.
Los hechos del pasado ya no son modificables, claro, eso lo sabe bien, ya son así, son del pasado, de un pasado escrito en sus palabras, con sus emociones. Así parecen haber sido. Los vuelve a repasar y se siente cómodo con ellos. Eso puede aceptarlo.
Pero lo inquieta la conducta de Sonia. Tiene la sensación que si no cambia algo se sentirá responsable de que la propia humanidad no cambie.
Tal vez Sonia se haya precipitado (es bastante común que las mujeres lo hagan). Sonia no es como la Maga y eso debió haberlo sabido desde los primeros renglones. ¿Cómo es que siendo ella tan previsible no haya podido anticiparse y detenerla? Puede que no haya querido hacerlo.
Desde el inicio esperó que la realidad lo sorprendiera, y sin embargo ve como tristemente todos se repiten, se copian, se imitan. Piensa que es una pena que ya no tengan el romanticismo y la magia de entonces, ni el ímpetu del Cónsul para decidir con agallas y con claridad sobre la vida de los otros.
Enciende el último Gauloises. Abolla la caja, juega con las cerillas, pita profundamente el cigarrillo y se reclina en la vieja Thonet.
En su cabeza siente las presiones de los diferentes tiempos. El humo negro del tabaco encendido lo aproxima a una realidad inexorable.
En la máquina lo esperan las últimas líneas. Los personajes se impacientan.
Estira su brazo sin levantarse de la silla y quita con violencia el papel del rodillo. Lo lee ligeramente y con la colilla del cigarrillo lo enciende por uno de los extremos.
El humo es profundo, negro, y huele a tinta. Las llamas aún pequeñas fascinan por su belleza.
Julio las mira, y suelta el último trozo sobre el escritorio, atestado de papeles.
Una belleza suprema se presenta ante sus ojos. El fuego ya es el todo poderoso.

Este fuego, como todos los fuegos, ahora sí es verdadero.
Copyright © Laura de la Peña
(todos los derechos reservados)